Considerando conjuntamente estabilidad y confort el Focus Sport 2.0 TDCi está a un nivel muy bueno. El control de estabilidad es una opción en todas las versiones y es algo necesario para alcanzar el nivel de seguridad que cabe esperar en un producto así de moderno.
La versión con nivel de equipamiento «Sport» tiene lo que Ford denomina «suspensión deportiva». Esta denominación puede llevar a confusión, porque el coche no va ni duro ni es incómodo. Tampoco es un coche blando en términos absolutos, aunque en determinadas circunstancias (como baches largos y profundos) la carrocería puede tener movimientos amplios de cabeceo o de balanceo.
Por lo tanto, esta versión me parece recomendable para todo el mundo salvo para quien busque un coche con aires deportivos, que transmita netamente las irregularidades al interior, porque con este Ford Focus se puede sentir defraudado. Las unidades que hemos probado en España son mucho más suaves de suspensión que las de la presentación internacional en Siena.
Es de esos coches en los que es más fácil saber cual es el límite de adherencia, y de los que dejan sentir con fidelidad los apoyos. Esta información es muy valiosa para quien valore un coche agradable de conducir y también para quien guste conducir rápido.
Es ágil hasta cierto punto por la forma en que reacciona a cada movimiento de volante o a la deceleración en curva (aunque en determinadas ocasiones el anterior Focus era probablemente más ágil). Valorando conjuntamente estos aspectos me parece que el Ford Focus es preferible a un Renault Mégane o un Peugeot 307.
El tacto de la dirección es muy bueno y el coche entra con precisión en las curvas, pero no encuentro una diferencia definitiva con respecto por ejemplo, a un Opel Astra. Las ruedas de nuestra unidad de pruebas eran un Continental SportContact 2 en medidas 205/55 R16 91W.
El cambio de marchas es lo único que está por debajo del resto en calidad de manejo. Se puede manejar con rapidez, pero en ocasiones es algo impreciso.