He conducido las dos versiones del Clase S Cabrio que inicialmente están disponibles en España: el S 500 y el AMG S 63. Ambas tienen motor de ocho cilindros con dos turbocompresores.
Entre ellos, he encontrado grandes diferencias en la conducción. La mayor potencia del AMG S 63 es casi lo menos significativo de todo. El Mercedes-Benz S 500 Cabrio permite aceleraciones vertiginosas y un ritmo de marcha muy elevado; cualquier maniobra que requiera gran potencia se completa de forma casi instantánea. La aceleración va acompañada de un sonido de escape grave y de baja frecuencia siempre y cuando se acelere con intensidad y, también, cuando se arranca el motor en frío.
El S 500 trata con un cuidado exquisito a sus ocupantes. La suspensión aísla muy bien del estado del piso. Como es blanda, la carrocería tiene movimientos amplios, por ejemplo, al pasar por badenes o curvas. El ruido de rodadura está perfectamente aislado. Incluso con el techo descapotado, paseando por bulevares o calles sin paredes o edificios cercanos, apenas se oye el ruido del motor, ni del contacto de las ruedas con el piso, y en el volante apenas hay vibraciones. Es todo suavidad. Por su parte, el cambio de marchas se encarga de que los pequeños cambios de ritmo sean casi tan progresivos como en un coche eléctrico. El S 500 Cabrio es veloz pero invita a una conducción relajada.
El AMG S 63 ofrece otras sensaciones. Conserva casi toda la suavidad de marcha del S 500, pero tiene los cambios suficientes para que la experiencia de conducción sea claramente distinta. Tiene una suspensión más firme, mayor caída en las ruedas delanteras, barra estabilizadora delanteras más gruesa o una dirección más rápida y dura que deja sentir algo más la rugosidad del asfalto. También es distinto —y más rápido— el cambio de marchas (de siete relaciones y embrague multidisco, en lugar de nueve y convertidor de par), los frenos son más potentes (y puede llevar discos de material carbocerámico). En los dos modelos descritos, la suspensión es neumática. Esta permite elevar la altura de la carrocería a baja velocidad (por ejemplo, para no golpear en aparcamientos subterráneos) y la reduce automáticamente en 10 milímetros a más de 120 kilómetros por hora.
El motor del Mercedes-Benz AMG S 63 da un empuje aún más contundente que el S 500, acompañado de un sonido más elevado y un punto menos grave. También se nota que las acciones del conductor sobre el pedal del acelerador se resuelven con una aceleración más instantánea además de intensa. Si se ajusta el cambio de marchas en el programa deportivo, además de ganar en rapidez, hay un golpe de gas en cada reducción de marcha. También hay un programa manual (no disponible en el cambio del S 500) que no pasa a una marcha superior hasta que el conductor así lo ordena desde las levas adosadas al volante. En definitiva, el AMG S 63 ofrece una experiencia casi tan delicada y suave como el S 500, pero al mismo tiempo, el conductor se siente más partícipe de la conducción.