El Škoda Fabia 1.2 es el único coche de nuestro mercado con motor de gasolina, más de 4 metros de longitud y con una potencia inferior a 65 CV.
También es el único de su tamaño, 4,22 metros, con un motor de sólo 1,2 litros de cilindrada y uno de los poquísimos del mercado que lleva un motor de 3 cilindros.
Y lo más sorprendente de todo: el Škoda Fabia 1.2 Combi que he conducido tiene unas prestaciones suficientes para realizar largos viajes con elevados cruceros, siempre que los repechos no sean de puerto de montaña. En una larga pendiente del 6%, en 4ª velocidad, es capaz de sostener 114 km/h, con sólo una persona a bordo y el depósito lleno. En llano y en ligeras subidas se acerca con facilidad a la velocidad máxima, que en nuestra unidad superaba por poco los 162 km/h indicados por el fabricante.
Su capacidad de aceleración no es muy grande en términos absolutos, pero sirve para desplazarse por los alrededores de la ciudad con rapidez y para viajes esporádicos. No es el coche adecuado para quien viaje constantemente por carretera y menos si lleva cargado el maletero, que tiene formas regulares y gran tamaño.
El consumo no es bajo. A un crucero de 130 km/h en una carretera llana, sin tráfico, con una media real de 125 km/h, el consumo ha sido de 7,1 litros/100 km.
También sin tráfico, y a velocidades cercanas a la máxima del coche, el consumo ha sido de 9,6 litros cada 100 km. No es un consumo alto, porque en coches más potentes del mismo tamaño y peso, a esa misma velocidad se puede consumir incluso lo mismo o algo más, gracias a que llevan unas marchas más largas y giran con el motor más desahogado. La diferencia es que en esos otros coches todavía queda reserva de aceleración a esa velocidad y con el Fabia no.
El interior está rematado con plásticos negros, sobrios y duros. Lo peor del coche, a mi juicio, son los asientos delanteros, con un excesivo apoyo lumbar no regulable y una resalte almohadillado en la banqueta, a la altura del cóccix, que no resulta nada cómodo. A mí el asiento me condicionó la posición al volante. Si no fuera por él, como el asiento y el volante se regulan en profundidad y altura con amplitud, parece posible encontrar cualquier preferencia de conducción.